Volumen 17 · Número 7 · Noviembre/Diciembre 2007
Traducido del inMotion – Seeing Past the Clouds
por Shannon Taylor
Estaba muy ilusionada con mi primera amputación. Era un día gris de abril de 1993 y esperaba con ansias la visita al cirujano vascular. Solo restaban cuatro días para liberarme de esta prisión de agonía, desesperación e inmovilidad cuando el médico dijera la palabra mágica: amputación. No.
Al menos, no todavía. A pesar de no tener mi pie y una pequeña parte de mi pantorrilla, y de no tener que lidiar con úlceras que no cicatrizaban, la lucha aún continuaba. Tantos años de prótesis mal diseñadas, de uso excesivo de esas prótesis y una vida estresante me llevaron a librar una difícil batalla contra llagas y ampollas infectadas bajo la rodilla en mi muñón. En el 2005, me hospitalizaron por otra infección grave en una herida del muñón que comprometió el sistema inmunitario y afectó mi salud general. A diferencia de la primera vez, no deseaba otra amputación en la misma extremidad. Esto significaría que estaría más inmóvil que nunca y que lucharía con mi autoimagen por ser una mujer sin rodilla.
Enfrenté un aluvión de decisiones que debía tomar, pero sabía que mi salud estaba en juego y que la cirugía plástica no evitaría la aparición de otras llagas e infecciones. Finalmente, por el bien de mi salud, acepté, a regañadientes, la amputación de la rodilla. La recuperación después de la cirugía fue agonizante. Las molestias fueron intolerables y dudé seriamente si había tomado la decisión correcta. Si hubiera sabido entonces que tendría la misma movilidad que un amputado por debajo de la rodilla y que sería tan saludable y feliz como un amputado por encima de la rodilla, me hubiera entusiasmado mucho con esta opción y, tal vez, el dolor no me habría parecido tan intenso.
Me enviaron a casa con una receta de analgésicos opiáceos y de fisioterapia ambulatoria. Aunque las sesiones de fisioterapia fueron esenciales, no me estimularon lo suficiente como para volver a caminar. La prótesis era molesta y rara. Cuando intentaba flexionar la rodilla mecánica, esta parecía tener más control sobre mi cuerpo que yo. El encaje ajustado alrededor del muslo y la entrepierna hacía que fuera difícil mantener el equilibrio y cargaba todo mi peso sobre la pierna. Estaba cansada y exhausta de las sesiones, y mi frustración y desilusión formaron nubes negras de duda y rabia. No podía ver más allá de estas nubes para vislumbrar el horizonte que resplandecía a lo lejos con la certeza de volver a caminar y convertir mis sueños en realidad. Sabía que debía dejarlo en las manos de Dios y después salir de esta situación sombría.
En las vísperas de la Navidad del 2006, decidí guardar la silla de ruedas y conquistar la complicada prótesis apoyada en la pared de la sala de estar. Hoy, estoy parada en el valle de ese horizonte y camino hacia mis sueños. A pesar de no ser una pierna con microprocesador, la prótesis es excepcional. Además, me siento muy saludable y activa. Nunca pensé que sería tan feliz y estaría tan en paz siendo una amputada por encima de la rodilla, ¡y ya no más llagas!